¿Quién era Aleister Crowley? Ni siquiera el propio Crowley lo sabía a ciencia cierta. Solo sabia que un muchacho llamado Edward Alexander (“Alick”) le había nacido en 1875 a Edward Crowley, cervecero y miembro prominente de la Confraternidad de Plymouth, y que ese hijo había crecido lo suficiente para darse a si mismo el apelativo de Aleister y para repartir el tiempo entre el escalar montañas y la practica de rituales mágicos. Pero ese niño, así lo sentía, era solo parte de “Aleister Crowley”; una parte insustancial y meramente fenoménica. El autentico Crowley, más dios que hombre o, si se prefiere, el superhombre, henchido de elevados pensamientos y de una despreocupada, aunque apacible actitud respecto a la endeble humanidad, se encontraba en otro plano.
Por supuesto que ya había vivido anteriormente y que volvería a vivir de nuevo. Había tenido muchas vidas pretéritas, así como una existencia ininterrumpida como Maestro (lo que se conoce como Maestro Oculto o Jefes Secretos) en uno de los Planos Superiores de la Existencia.
En cierta ocasión, Crowley consigue vislumbrar su existencia como Maestro, cuando describe su participación en un Consejo de Maestros, poco antes de la época de Mahoma. La reunión tuvo lugar en una de esas remotas fragosidades situadas en los bosques que se hallan rodeados de montañas, allá por… en una de las regiones mas despobladas de Europa. (No se hace mención del emplazamiento exacto)
El asunto urgente que había que tratar en aquella ocasión –a comienzos de la Edad Media- era la política que era necesario adoptar para ayudar a la humanidad. Crowley se hallaba siempre en busca de camino y medios aptos para socorrer a la humanidad. “Una exigua minoría, en la que me incluyo”, escribe, “estaba a favor de una acción positiva; había que seguir una línea bien definida; los misterios, entre otras cosas, deberían ser revelados. La mayoría de los presentes, y en particular los Maestros asiáticos, se negaron a discutir siquiera la propuesta. Desdeñosamente, se abstuvieron de votar como diciendo: “Dejemos que los jóvenes aprendan la lección”. Por consiguiente, mi facción obtuvo la victoria y varios Maestros recibieron el encargo de llevar a cabo diversas tareas”.
La misión del propio Crowley consistía en llevar a Europa la sabiduría oriental y restaurar el paganismo en una forma más pura. Pero no aclara si esta misión le es asignada en el siglo VI d.C. (el nacimiento de Mahoma tiene lugar, aproximadamente, en el 570), o en una de sus posteriores encarnaciones. Es indudable que en su encarnación de Aleister Crowley hizo todo lo que pudo para la restauración del paganismo, tal y como señalaron el Sunday Express y el John Bull, dos de los periódicos que le atacaron por ese motivo.
No es sorprendente que Crowley, cuyos sueños están llenos a rebosar de reyes y papas, considerase al papa Alejandro VI como una de sus encarnaciones. Este prelado inteligente, aunque amante de los placeres, acusado de cometer asesinato e incesto, era el tipo de Papa que a el le hubiera gustado ser. Una de sus posesiones más preciadas era un Seki de oro que había sido acuñado por Alejandro: en una de sus caras se podía ver su escudo de armas y el del Papado y, en la otra, la escena evangélica de la pesca milagrosa. Crowley utilizaba aquella moneda como “disco”, o talismán, en sus operaciones mágicas conducentes a la obtención de oro. Por desgracia, los recuerdos de su vida como papa son escasos, a no ser que, en contra de lo acostumbrado, se mostrase reservado; lo único que dijo, al respecto, fue que fracaso en su empeño de “culminar el Renacimiento, al no haber conseguido purificar íntegramente su propia personalidad”.
Tenía bastantes recuerdos de lo que le había sucedido en los tiempos pretéritos. Por ejemplo, había sido el sacerdote tebano Ankh-f-n-Khonsu, que vivió durante la vigésima sexta dinastía (El prefacio de The Equinox of the Gods fue firmado no con el apellido Crowley, sino con el nombre de Ankh-f-n-Khonsu), y también el sabio chino Ko Hsuan, uno de los discípulos de Lao Zi y autor de la obra Khing Kang King que seria puesta en rima por Crowley.
La identidad de Aleister Crowley se ve complicada mas adelante por su Santo Ángel de la Guarda, Aiwass, que en algunas ocasiones se parece mas a Crowley que al mismísimo Aleister.”Siempre he tenido mala salud… una mezcla de fiebre palúdica y reumatismo, con síntomas neurálgicos pasajeros, etc.”, escribía Crowley en mayo de 1917, a la edad de cuarenta y un años.”Pero yo mismo, Aiwass, he estado considerando todo este tiempo como comportarme con relación al cuerpo y a la mente de Crowley ¿Puedo seguir utilizándolos? ¿Avanzarían más deprisa mis ideas si el (Crowley) muriese? ¿No seria mas sabio que se manifestase en otro, o en una multitud?”
Pero por aquel tiempo Crowley se encontraba en Estados Unidos y el tono quejumbroso de este extracto de su diario se debe a que con la entrada de este país en la Gran Guerra junto a los Aliados, el tuvo que dejar de escribir propaganda para las Potencias Centrales. Había apostado por la parte que, en aquel momento, ya sabía que iba a perder y temía las consecuencias. No debe sorprendernos, pues, que se aferrase a su Santo Ángel de la Guarda, Aiwass, y que desease poder deshacerse de la piel de Crowley.
En el mes de junio de aquel mismo año conocería a una mujer de Pennsylvania llamada Anna Katherine Miller, a la que daría el sobrenombre de “El Perro”, y con la que se iría a vivir, en agosto, a un departamento de Central Park West, “¡Donde no podemos ver otra cosa que no sean árboles!” ¡Gloria a Otz Chiim (el Árbol de la Vida), entre cuyas ramas, el Pájaro de los Prodigios, el cisne Paramahamsa (el cisne divino) hace Su nido! (Se perfectamente que los cisnes terrestres no anidan en los árboles)”. Y pensaba que Anna era la materialización de una “Muchacha Morena” que había visto en una visión.
Un año más tarde se dirigía hacia uno de sus Retiros Mágicos, remando en una canoa, río Hudson abajo, para acampar en la “Isla de Esopo”. Seria en aquella isla en donde recordase, en una serie de trances, algunas de sus vidas anteriores.
Los trances fueron peculiarmente intensos. Se sirvió del yoga para llegar a ellos, y la mención que hace del samadhi (el éxtasis supremo) revela que había alcanzado el grado máximo de concentración. Según sus enseñanzas budistas, el progresivo perfeccionamiento del espíritu, mediante la concentración proporcionad por el yoga, despierta los recuerdos de las encarnaciones anteriores. Crowley recurrió al uso de la cocaína y del anhalonium. Y llegaría a decir que los trances fueron de una sublimidad tan grande que escapaban de cualquier descripción lingüística: terminarían con una “visión angélica” de la que nunca antes había gozado.
La encarnación inmediatamente anterior a la de Aleister Crowley era la de Eliphas Levi, que era el seudónimo adoptado por Alphonse Louis Constant, autor de obras que tratan sobre la magia y la Cabala, que eran ampliamente conocidas.
Cuando, años mas tarde, estaba hablando con Crowley en su retiro de Hastings, le hice la objeción de que Levi había muerto seis meses antes de su nacimiento, lo que equivalía decir que cuando Levi estaba vivo, Crowley se encontraba ya en estado fetal. Pero me replico que en ello no había contradicción alguna, puesto que el espíritu de Levi solos había penetrado en el seno de su madre cuando esta llevaba ya tres meses de embarazo.
Si se esta dispuesto a Creer que Crowley es Levi reencarnado es posible, entonces, explicar muchos aspectos de su carácter, pero su “memoria Mágica” no revelo nada sobre Eliphas Levi que el mismo no hubiera podido averiguar tras la lectura de la traducción que Arthur Edward Waite hiciera, en 1896, de la obra de Levi Dogme et Rituel de la Haute Magie, y, especialmente de su prefacio de tipo biográfico.
Durante su trance, Crowley revivió la vida de Levi, después de haber regresado, marcha atrás, a su propia infancia, nacimiento y estado prenatal; aseguro haber llegado en el momento en que Levi estaba a punto de morir. (Una fotografía en la que Levi aparece muerto, yacente en una cama de bronce, con un gran crucifijo encima de la cama, fue reproducida en la edición inglesa de 1913 de su Histoire de la Magie): “y pude contemplar bastantes escenas de la vida de Levi, por lo general poco importantes, aunque recuerdo varios episodios con mi mujer, y los momentos en que recibía las diferentes ordenes del sacerdocio católico”.
Lo siguiente que recordaba era una pequeña iglesia en el campo, con una torre cuadrada… y muchos caminos, anchos y polvorientos. Aquella escena le hizo pensar en Midi de Francia, con lo que vino a la memoria el nombres de Arles. Recordó un punzante sentimiento de inferioridad social, sin duda a causa del humilde nacimiento de Levi que, al decir de Crowley, explicabas las ideas socialistas de aquel. “También recuerdo un alargo paseo que hice a los diecisiete años, campo através, por algún sitio del nortes de Francia., me parece, y que mis aspiraciones terminaron en un juramento mágico”.
La memoria mágica de Crowley no revelo acerca de Levi mas de lo que el propio Levi había revelado en persona. Sabemos que, durante la primavera de 1854, se fue de Inglaterra, buscando una nueva corriente mágica, y también para dedicarse, de manera ininterrumpida, a sus investigaciones, que, según el, realizaba en nombre de la ciencia. Disponía de algunas cartas de presentación que debía entregar a personas prominentes, al parecer interesadas en lo sobrenatural. Pero, cuando las conoció, descubrió, para gran desilusión suya, que, a pesar de su extremada cortesía, su interés por el tema obedecía a criterios de índole sensacionalista o superficial. Esperaban de el que realizase milagros, “como si yo fuera un charlatán”, escribió Levi con indignación. Ese tipo de mentalidad, tan pobre, le disgustaba. Y aunque hubiera intentado obtener alguno de los resultados más sorprendentes de la magia ceremonial, cuya naturaleza le repelía, no habría podido conseguirlo sin disponer de un equipamiento costoso y poco común.
Cuando, una tarde, regresaba a su hotel, Levi se encontró con que alguien había preguntado por el, y le había dejado una nota. Se trataba de una tarjeta de visita, o mas, bien una media tarjeta, cortada en diagonal, sobre la cual Levi reconoció, al punto, la mitad del Sello de Salomón, la estrella de seis puntas usada en la magia. La nota decía: “Mañana, a las tres, enfrente de la Abadía de Westminster, le será entregada la otra mitad de la tarjeta”.
Y a las tres en punto del día siguiente, Levi se hallaba paseando nerviosamente, de un lado a otro, ante la entrada principal de la Abadía. De repente, se detuvo un carruaje y un lacayo bajo de el, acercándose al mago francés, a quien hizo una seña; a continuación le abrió una de las puertas del vehiculo para que pudiese entrar. En cuanto Levi siguió las instrucciones, el carruaje se puso en marcha.
Se encontró sentado al lado de una dama de negro, profusamente velada, quien le presento la otra mitad de la tarjeta, con lo que el Sello de Salomón quedo completo. Solamente entonces levanto su tupido velo.
Me parece que debiera disculparme de antemano, por tener que decir al lector de tendencias románticas que aquella misteriosa desconocida, que hablo a Levi en un francés cargado de fuerte acento ingles, no era ni joven ni bella. Era, ay, mayor, con las cejas totalmente grises, aunque sus ojos eran negros y, extrañamente fulgidos. La dama menciono al novelista Bulwer Lytton, a quien Levi había conocido. En realidad, el disgusto que Levi experimentaba hacia la sociedad inglesa había sido causado, fundamentalmente, por las persona que había conocido en Knebworth House, en el Hertfordshire, donde Lord Lytton, hermano del celebre espiritualista y levitador Daniel Douglas Home, había organizado un club de experimentos mágicos. Mientras el carruaje se dirigía hacia la cas de la dama de cejas grises, esta le dijo que uno de los amigos de Bulwer Lytton había dicho de el, Levi, que rehusaba a demostrar sus habilidades mágicas si solo se trataba de satisfacer la curiosidad, y añadió que ella misma poseía una colección de indumentaria e instrumentos mágicos que le agradaría muchísimo enseñarle, siempre que jurase no revelar su identidad. Si el declinaba su juramento, entonces se vería obligada a llevarle de regreso a su hotel. Levi juro que nadie se enteraría.
Y así, gracias a esta desconocida dama inglesa, el mas grande de los magos franceses del siglo XIX realizo su celebre evocación de Apolonio de Tiana, el autor del Nuclemeron. La ceremonia tuvo lugar, después de un periodo de preparativos que se prolongó durante veintiún días, en una torrecilla de la casa de la dama que encerraba una pequeña estancia, cuyas paredes fueron recubiertas con espejos cóncavos. Mirando hacia el este había un altar de mármol blanco, con un pentagrama inciso en su parte superior; el pentagrama estaba repetido, dibujado a varias tintas, sobre un blanco pergamino desplegado debajo del altar. Levi se endoso una amplia vestidura blanca que le llegaba hasta los pies (no muy diferente de la que había llevado cuando ejercía de sacerdote católico), ciño su frente con una corona de hojas de verbena, entrelazada con una cadena de oro, y, mientras sostenía con una mano el texto del ritual, empuño con la otra una espada. Un brasero en el que se consumía carbón de madera aliso y de laurel completaba la puesta en escena.
El mago comenzó a cantar la invocación, primero en voz baja, luego subiendo progresivamente la intensidad.
Cuando la ceremonia se dio por concluida, Levi no estaba seguro de haber invocado al divino Apolonio. La imagen que describió del antiguo griego que se le había aparecido era la de un hombre totalmente cubierto por un sudario, pero que debía dejar ver su rostro, pues Levi describe el supuesto rostro de Apolonio diciendo que era un hombre delgado, melancólico, y sin barba, descripción que no se corresponde, en modo alguno, con la del busto griego de Apolonio, barbado, bello y de frente amplia. La aparición no hablo directamente a Levi, pero le toco en una mano y en un brazo, que, al instante, se le volvieron insensibles, y permanecieron en ese estado varios días.
La dama en cuya casa había tenido lugar aquella singular ceremonia era una iniciada de alto grado, pero su relación con el mago Frances no duro mucho. Levi, fiel a su juramento, no revela su identidad, pero da un esbozo de su carácter: “Estoy seguro”, dice, “de que era adicta a la nigromancia y a la goecia (magia negra). En ocasiones perdía completamente su autocontrol; otras veces se abandonaba a inexplicables accesos de pasión, para los que era difícil encontrar un motivo, abandone Londres sin despedirme de ella”.
Pero Crowley, que no estaba ligado por el pacto de silencio, nos refiere que, de acuerdo con su memoria mágica, “se trataba de una condesa, o algo parecido, además de una autentica hija de Satanás, el tipo de mujer capaz de asesinar a la gente por puro despecho. De hecho, era una criminal”.
Dos semanas mas tarde, en otro trance retrospectivo ocurrió en la Isla de Esopo, Crowley vio pasar, ante su mirada impasible, la vida de Cagliostro, pero de una manera un tanto atropellada.
El recuerdo mágico de Crowley tuvo de si mismo, en su existencia como Giuseppe Bálsamo, mas conocido como el Conde de Cagliostro, el aventurero y mago siciliano del siglo XVIII, también es poco convincente, ya que muchos de sus pormenores no concuerdan con los hechos comprobables y conocidos de la vida del mago. Es sabido que murió en la inexpugnable fortaleza de San Leo, cerca de Montefeltro, en los calabozos de la Inquisición. Sin embargo, Crowley lo vio morir “en algún bosque rodeado de montañas”, en el transcurso de un viaje en el que era acompañado por un joven campesino, vestido con ropas vistosas.
Que Túnez sea el lugar de su nacimiento, en vez de Palermo, es otro de los errores achacables a la memoria mágica de Crowley.
Cuando fui Cagliostro, recuerdo haber nacido en un burdel que llevaba mi abuela materna. Mi madre era medio árabe, y mi padre, presumiblemente, algún rico viajero. Era un esplendido burdel. Que, a causa de mi nacimiento, mi madre tuvo que acabar casándose con un pescador. Este nacimiento viene precedido por un profundo horror y una gran oscuridad, que, en este momento en que intento penetrarla, se hace más densa.
La encarnación de Crowley anterior a la de Cagliostro tuvo lugar en algún oscuro y anónimo individuo, como consecuencia, sin duda, de algún error mágico. Se trataba de un joven de cabello negro, pálido y granujiento, con profundas y moradas ojeras, una cabeza demasiado grande, con relación a su cuerpo, y una mirada de poseso. La vida de aquel melancólico joven fue breve, pues acabo ahorcándose a la mitad de veintiséis o veintiocho años. Crowley no da ninguna explicación al respecto, pero de la descripción que hace de su madre, como de una mujer severa y autoritaria, se deduce que las relaciones entres ambos no eran cordiales. Ella era holandesa, alemana o suiza alemana; Crowley no estaba totalmente seguro de ello.
Al día siguiente, el 25 de agosto de 1918, a las 5:10 de la tarde, otro trance tuvo como resultado que Crowley se encontrase frente a frente con Heinrich Van Dorn, un individuo algo más enérgico. Da la impresión de que Crowley se ha escandalizado de la vida d aquel, que describe como fútil y dedicada a la magia negra; era todo un concatenamiento de grimorios, de inútiles y diabólicos ritos, de pactos con Satanás, que este cumplió con sorna, y de crímenes, peores aun que de las brujas.
El mismo trance lo condujo a una encarnación que precedía a esta última. Daba comienzo con la muerte de un ruso de cuarenta y cinco años, llamado el padre Iván, bibliotecario de un inmenso castillo que pertenecía a una orden militar.
El castillo, escondido en una llanura poblada por una espesa floresta y circundada por altísimas montañas, debía encontrarse, según Crowley, en el sur de Polonia, o en los Balcanes. Lo único cierto, sin embargo, era que el padre Iván, que procedía de noble cuna, había sido educado en Alemania. A primera vista, su aspecto no era fuera de lo corriente: una cara redonda –su tipo somático era el pícnico- , ojos grises, cabello y bigote rubio ceniza, piel pálida y dientes regulares. Pero su carácter era notable. Gracias a su gran habilidad para la magia –era un Adeptus Maior en toda regla- tenia a los monjes guerreros en un puño, metiéndolos en todo tipo de intrigas políticas y controlando su servicio secreto.
Encontró un útil ayudante en la persona de una bruja húngara que vivía en el bosque: en una de las operaciones mágicas que realizaban conjuntamente habían aparecido licántropos y vampiros, y se había consumado un sacrificio humano. Mas tarde, la bruja seria capturada por unos campesinos furiosos y quemada viva.
El padre Iván tenía una doble personalidad. Por una parte era afable y jovial pero, por otra, estaba sujeto a crisis de violento furor, en cierta ocasión, presa de un acceso de rabia, había matado a golpes de fusta, a Stephen Otto, su paje favorito. En su juventud había sido un gran duelista y tenido como amante a una famosa prostituta, lo que había dado lugar a que tuviera que batirse con frecuencia para defender la reputación de aquella. Todo eso le supuso problemas con las autoridades universitarias, aunque logro salvarse de la expulsión al defenderse así mismo en griego, y con tanta habilidad que cautivo a todo el mundo.
Crowley describe detalladamente a la amante: tenía dos lunares en el rostro, una profunda cicatriz debajo del ojo izquierdo, una nariz larga y aquilina, una boca amplia y sutil, y su tez estaba profundamente encendida. (Téngase en cuenta que, para Crowley, se trata del arquetipo de la belleza, la perfecta Mujer Escarlata; no es, pues, sorprendente, que la dama, en cuestión, atrajese al padre Iván) También era una excelente cantante y sabía tocar la mandola, el Krummhorn y la citola. Mientras era la amante del joven Iván se hacia mantener por un viejo y gordo burgomaestre. Y tenia la costumbre de encoger al joven Iván en su habitación para que pudiera observar las crueldades, tanto físicas como mentales, que infligía al burgomaestre.
En la ciudad –presumiblemente Heidelberg- había otro estudiante, que era el rival de Iván en los favores de la cortesana, pero que se suicido en un acceso de resentimiento. Tras el escándalo que siguió, la joven seria expulsada de la ciudad.
Crowley recordaba la ventana de su casa, adornada con flores rojas, que daba a una calle estrecha; decía que era una visión tan nítida que daba la impresión de recoger sucesos ocurridos el día anterior, y, en particular, la imagen de una mujer apoyándose en la ventana, con sus senos desnudos y sus blancos dientes que resplandecían cuando le llamaba, era la mas linda de todas. Gracias a ella llego a conocer al “malvado obispo”, una persona misteriosa que tenia la costumbre de pasearse por la ciudad montado a caballo y con una mascara. Cierto día, el obispo comenzó a charlar de magia con Iván, pero, desafortunadamente, seria asesinado poco después; se rumorea que era un enviado especial del Papa.
La encarnación anterior a la del padre Iván era la de un joven rico y de buena familia, más hembra que varón, un hermafrodita desagradablemente deforme. Crowley recordaba claramente sus calzas de terciopelo azul oscuro, su capa guarnecida y su sombrero emplumado. Era menudo, delgado, tuberculoide, con una maraña de pelos castaño-rojizos y una malformación en la columna vertebral. Tenía carácter terrible u detestaba a la humanidad. “Mori de sífilis, contagiado, por un reitre alemán que me había violentado”, escribió Crowley; a modo de despedida.
Había otras encarnaciones, sobre todo al de sir Edward Kelly, un médium desorejado que veía y oía a los ángeles a cuenta del versado doctor John Dee. El carácter aventurero y dudosa reputación de Kelly indujeron a Crowley a preferirlo al estudioso Dee; ambos eran contemporáneos, por lo que tenia que decidirse por uno o por otro.
Las vidas pretéritas de Crowley se pierden en una serie de misteriosas figuras, tan vagas como la encarnación de Aleister Crowley, que duro desde 1875 hasta 1947. A juzgar por una carta que escribiera en el último año de su vida a Jacinta Buddicom, el era consciente de la caleidoscópica naturaleza de su carácter:
Por aquel tiempo, tenia una pequeña rosacruz –cinco rubíes y una rosa de cinco pétalos en una cruz formada por seis cuadrados con inscripciones varias- y me había comprometido conmigo mismo que, cuando la llevara, adaptaría una personalidad, y cuando me la quitara, otra distinta. Y eso me fue de una gran ayuda, al separar los distintos elementos de mí ser. No se trataba de tener dos personalidades mágicas, sino de construir dos personas de características totalmente diferentes. Una, por ejemplo, podía ser un estudioso, también montañero y esperador, una persona capaz de grandes proezas atléticas, de ánimo generoso, etc. La otra tenia características bien diversa, muy distintas de las de la primera, y yo la utilizaba para castigarme de mi mismo, cuando, adoptando una cualquiera de ambas personalidades, llevara a cabo alguna acción que solo hubiese sido conveniente para la otra.
Capitulo 1
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