Crowley nos dice en su Autobiografía, que sus antepasados por parte de padre eran celtas, y que el Crowley al que se remonto para rastrear su ascendencia había llegado Inglaterra en la época de la dinastía Tudor. Reivindica su parentesco con Robert Crowley, el poeta y predicador del siglo XVI, pero, al parecer, la única prueba de ello es la identidad del apellido. La breve descripción de su ascendencia comienza con la noble familia bretona De Querouaille, y llega, de un tiron, hasta su padre, Edward Crowley (al que presenta como ingeniero), recogiendo, por el camino, a Robert Crowley.
Si el padre de Crowley hubiera sido de veras ingeniero, habría sido probablemente el inventor del dispositivo para servir cerveza mencionado por Yates en su obra de 1884, Edmund Yates: His Recollections and Experience, puesto que, a pesar que Crowley nunca lo admitió, su familia no era otra que la de los cerveceros de dicho apellido. “Por aquellos días”, escribía Edmund Yates, “íbamos a comer a locales que ahora meda la impresión de que han desaparecido. Ya no es tan frecuente como hace treinta años encontrarse con una “Crowley’s Alton Alehouse”. Las alehouses no eran otra cosa que pequeños locales provistos de un dispositivo para servir cerveza, y un mostrador; habían sido fundadas por Mr. Crowley, un cervecero de Alton que había tenido dificultades para encontrar posadas al uso para vender su cerveza; y en ellas no se servia otra cosa que cerveza, bocadillos de jamón y meriendas. Pero todo era de la mejor calidad. Eran locales muy frecuentados por hombres jóvenes, a los que no agradaba demasiado rondar por las barras de las tabernas, con lo cual la venta era enorme”.
Los antepasados de Crowley no eran, como el quiere hacernos creer, de la misma familia que Louise de Keroualle, duquesa de Portsmouth: simplemente descendía de un “barón de la cerveza” que, rondando el año 1850, había fundado una cadena de “alehouse” y de locales a los que iban a comer los empleados de la City. Crowley nació en Leamington, en el Warwickshire, el 12 de octubre de 1875….
(Faltan Paginas 34 - 35)
…Aleister no tenía juguetes, ya que estos eran contrarios a los preceptos del Plymouthismo-, pero parece que existía alguna manera de divertirse. De hecho, a juzgar por la descripción que hace de su infancia, se diría que los padres de Crowley no parece que fuera nada zafio, como venían siéndolo, por lo general, la clase media de la época, aunque no mostrasen hacia los niños lo que ahora llamaríamos “comprensión”.
Cuando tenía once años, su padre murió de un cáncer a la lengua. Aleister sentía por el cierto respeto, pero poco amor. Con perspicacia, hace la observación de que, a partir del funeral, entro en una nueva fase de desarrollo, cuyo principal rasgo fue le de la rebelión.
Lo primero que hicieron fue enviarle a una escuela que recibía a los hijos de la Fraternidad (donde el único material educativo era la Biblia y la única disciplina la vara de abedul), en donde, a la edad de doce años, fue acusado de intento de corrupción de un menor. Mas tarde, iría a Malvern y Tonbridge, con el único resultado de que llegaría a odiar las dos escuelas. También estuvo, en cierta ocasión, confiado a un preceptor que, entre lección y lección, le introdujo en el mundo de las carreras de caballos, del billar, de las apuestas, de los naipes y de las mujeres, y a quine, por el entusiasmo demostrado en su instrucción, dedicaría en su autobiografía algunas palabra de gratitud.
“Me enviaron a Tonbridge: mi salud se quebranto, en parte, podría decirse, a causa de lo que habría sido culpa mía, o de la mala suerte, si hubiera sido convenientemente educado; pero que, en realidad, no venia a seer sino la lógica consecuencia de aquel vil sistema que, no contento con torturarme, me entregaba atado de pies y manos a la ultrajada majestad de la naturaleza”. Una nota autobiógrafa de Crowley en uno de los márgenes de su ejemplar personal de The World’s Tragedy, que aparece escrita a la misma altura de líneas que el pasaje indicado, nos aclara este misterio: “Una prostituta de Glasgow me pego las purgaciones”.
Crowley cuenta muchas anécdotas sobre sus primeros años, similares a las que suelen contar la mayoría de los jóvenes, exceptuando, quizá, una, a propósito de un grato, que para mi revela una sorprendente atrofia de sentimientos. Había oído, escribe que los gatos tenían nueve vidas, por lo que dedujo que seria prácticamente imposible matar a uno de ellos.
Cogi un gato, y después de haberle suministrado una generosa dosis de arsénico, le propine cloroformo, lo coloque encima del gas, lo apuñale, le abrí la garganta, le aplaste el cráneo y, cuando ya lo tenia bastante chamuscado, lo ahogue y lo tire por la ventana, para que la caída acabase con su novena vida. Estaba auténticamente apenado por el animal; simplemente, me obligue a mi mismo a continuar con el experimento, en interés de la pura ciencia.
En 1895, a la edad de veinte años, Crowley ingreso en el Trinity College, en Cambridge. Había pasado el examen de admisión para estudiar filosofía, pero le disgusto tener que aprender economía política, que era una de las asignaturas del programa. No dijo nada de las restante materias, excepto que no paso ningún día, que aquellos tres años, sin que dejara de estudiar alguna obra dramática del teatro clásico griego. Utilizaba la mayor parte del tiempo en leer y escribir poesía.
Durante las vacaciones, viajo al extranjero, vagando en solitario por toda Europa: llego hasta San Petesburgo con la vaga intención de aprender ruso para poder entrar al servicio diplomático; y también fue a Suiza para escalar los Alpes. Sus momentos de mayor felicidad fueron aquellos en los que llego a encontrarse solo, entre las montañas, experimentando una indescriptible sensación de poderío cuando llegaba a conquistar alguna cumbre. En 1894 escalo los acantilados de Beachy Head, lo que supuso su entrad en el mundo del alpinismo y le preemitió cartearse con el celebre escalador A.F. Mummery. Entre 1894 y 1898, no falto ningún año a su cita con los Alpes. Según su propio testimonio, que concuerda con el de T.S. Blakeney, su mejor año seria el de 1895, pues en el habría escalado las siguientes cimas: el Eiger (en solitario), el Eigerjoch, el Jungfraujoch, el Monch (partiendo de Wengen), el Jungfrau, desde el Rottalsattel, el Wetterlucke, el Monchjoch, el Beichgrat, el Petersgrat y el Tschingelhorn. Era considerado dice Blakeney, “un escalador que prometía, aunque algo irregular”; Norman Collie, Mayland, Solly, H.V. Read, Eckenstein, Larden y otros mas dieron testimonio de su capacidad como escalador, especialmente sobre roca, “y Larden era el único que le veía como un atolondrado”.
El ultimo día del año 1896, mientras dormía en su hotel de Estocolmo, se despertó con “la seguridad de disponer de un medio mágico para devenir consciente y satisfacer una parte de mi naturaleza que hasta aquel momento me había sido inaccesible”. No parece nada claro el significado de estas palabras, pero, a mi entender, lo que quiso decir fue que había tenido una iluminación: podría controlar la realidad mediante una actividad mental de tipo…
(Faltan Pagina 38 - 39)
El poema apareció durante su último periodo de estancia en el Trinity. A lo largo de aquellos años había trabajado poco, pero no había malgastado el tiempo, puesto que había descubierto lo que quería ser: un Adepto de las Artes Secretas, un Mago. Solo la magia podría asegurarle la inmortalidad, entendiendo por magia lo que el entendía: el arte que controla las fuerzas secretas de la naturaleza. De aquel modo había encontrado, por usar el término que tendría a flor de boca durante toda su vida, su Verdadera Voluntad.
¿Qué utilidad tenia, argüía, llegar a ser diplomático? Bien pronto habría sido olvidado. Supongamos que hubiese sido nombrado embajador en Francia. Después de cien años, ¿Quién se acordaría del hombre que había ocupado aquel puesto? Una de sus ambiciones había consistido en llegar a ser un gran poeta, pero, realmente, la poesía no era mucho mejor que la diplomacia. Esquilo era un simple hombre, excepto para una pequeña fracción de los tres mil estudiantes que residían dentro de su campus. “Debo encontrar”, se dijo Crowley, “una materia sobre la que pueda trabajar y que sea inmune a las fuerzas del cambio”.
El retrato de un hombre nunca esta completo sin un apunte, al menos, de su madre. A juzgar por su fotografía, Emily Bertha Crowley, “originaria de una familia de Devon y de Somerset”, era una mujer de apariencia sencilla; según lo que ella cuenta su hijo, también era poco comprensiva. Intento convertir a Alexander en beato presumido y lo único que consiguió fue que este la presentara a los lectores de su autobiografía como “una fanática de la especie más estrecha, lógica e inhumana”.
Parecer ser que Crowley ha tratado tanto a su madre como a la religión que esta profesaba con un sarcasmo de lo más brutal. Lo que trajo como consecuencia que aquella reaccionase llamándole “La Bestia”, por que su blasfemo comportamiento le recordaba el de la Bestia del Apocalipsis: “Y vi una bestia que salía del mar, y tenia diez cuernos y siete cabezas, y en sus cuernos diez diademas… Y abrió la boca para blasfemar contra Dios”. No esta nada claro si esta idea que ella tenia de su hijo debe ser tomada en sentido literal o figurado, pero Aleister, que habia decidido ocupar el ligar de Dios, la acepto en un sentido literal, y creyó que el mismo era la Bestia.
A lo largo de este libro podrá observarse hasta que punto llevo Crowley esta convicción.
miércoles, 14 de julio de 2010
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